Según la prueba Planea, aplicada a alumnos de secundaria en 2019, el 55.5% y el 32.9% de ellos no superaron el nivel mínimo en matemáticas y comprensión de lectura respectivamente. Si esa era la situación en vísperas de la suspensión de clases presenciales provocada por la pandemia de Covid-19 ¿qué podemos esperar tras 18 meses de ausencia de las aulas?
En teoría, posponer el regreso a las clases presenciales hasta que la pandemia este bajo control es una posibilidad, pero en la práctica ya no es aconsejable. El efecto negativo sobre una educación de por sí deficiente y sobre el desarrollo emocional de niños y adolescentes es ya un hecho en tanto que el peligro de un contagio masivo de Covid-19 tras el retorno a las aulas es una posibilidad. Ahora bien, esa posibilidad de ese contagio masivo disminuye en la medida en que los maestros estén vacunados, las aulas ventiladas, desinfectadas, los pupitres distanciados y que los alumnos serven las medidas que ya todos conocemos: uso generalizado de mascarillas, lavado de manos, etcétera.
Una encuesta reciente levantada entre 37 mil niños y jóvenes por la CDHCM arrojó un resultado contundente pero contradictorio: siete de cada diez estudiantes quieren volver a su escuela, aunque la respuesta positiva es menor entre los adolescentes que ya se acostumbraron a vivir en su mundo de internet (Boletín 145/2021). En contraste, una proporción igual de adultos se oponen a ese retorno por temor al contagio y no valoran suficientemente que además del conocimiento académico, la escuela sirve para introducir a niños y jóvenes a las complejidades del ancho mundo fuera de su casa.
En muchos lugares los hoteles y bares abrieron antes que las escuelas pese a que las escuelas no han sido focos importantes de infección en países donde ya reabrieron. Por lo anterior, la UNESCO y la UNICEF han llegado han concluido: “Las escuelas debieron ser los últimos [centros] en cerrar y los primeros en abrir” (https://bit.ly/3yB4rG1).
Teniendo como base los datos anteriores y la situación en Estados Unidos, un editorial del New York Times (21/08/21) sostiene qué si bien el daño causado al aprendizaje de los niños en general por el cierre de sus escuelas ya es grave, entre los pobres ha sido simplemente catastrófico. Un ejemplo: el retraso en matemáticas de los niños de origen hispano de 3er grado se ha agravado en un 17% respecto de lo que era en 2019. En nuestro país algunas familias de clase media se han organizado para formar pequeños grupos, contratar profesores y aminorar el efecto de la falta de clases formales en sus hijos. Obviamente ese tipo de arreglos remediales sólo están al alcance de una minoría.
Es frecuente que en política se tenga que optar entre males. En Italia —país particularmente afectado al inicio de la pandemia— un estudio reciente demuestra que durante la segunda ola de Covid-19 la apertura de las escuelas no produjo ningún aumento en los contagios. Sin embargo, en Inglaterra y durante la actual tercera ola de infección, el contagio entre niños de 5 a 12 años ha resultado ser varias veces mayor al registrado entre los adultos mayores. Ahora bien, debe de tenerse en cuenta que el grueso de esos adultos ingleses ya estaba vacunado —como en México— pero los niños no, (The Economist, 17/08/21). Y quizá sea aquí donde está el siguiente reto lanzado por el virus SARS-CoV-2 a nuestro país: con la reapertura de las escuelas debe emprenderse la campaña para vacunar al menos a los alumnos mayores de 12 años o aún más jóvenes. Después de todo la Cofepris ya ha autorizado el uso de la vacuna Pfizer-BioNTech para ellos. Esta nueva tarea representa un desafío enorme pero no imposible de llevar a cabo.